jueves, 1 de agosto de 2013

LA LEYENDA DE LOS TRES PEÑONES

Valle del río Guadalmez
Guadalmez se asienta en la ladera del cerro de la Peña del Cuervo, entre los arroyos de la Dehesa y la Gavia, y bajo la mirada pétrea de la “Ventanilla”, ese capricho de la naturaleza, que como si de un ojo horadado en la roca se tratara, vigila a la población que se esparce a sus pies. Y en ese mismo cerro, más allá de la Ventanilla, tres peñones solitarios custodian el camino que asciende hasta el Puerto de la Virgen, tres peñones que, si hacemos caso a una vieja leyenda popular, no son sino tres hermanas convertidas en piedra, condenadas a ser testigos mudos y silenciosos para toda la eternidad, por haber faltado a la palabra dada.
Contaban las abuelas, en aquellas tardes frías del mes de enero, al calor de la lumbre que iba secando los productos de las matanzas decembrinas, que hace muchos años, cuando aún había guerras con los moros en estas tierras, vivía en Guadalmez un pastor que tenía tres hermosas hijas casaderas, y éstas, gustaban todos los días de acercarse donde estaba su padre con las ovejas para llevarle el almuerzo. Gusto que no dejaba de ser una pobre justificación para abandonar las tareas domésticas y poder dar buenos paseos luciendo los vestidos que su madre, sola la mayoría del tiempo en casa, se afanaba en coserles, cuando el resto de ocupaciones le daban un respiro. A la madre no le dolía aquello, pues pensaba que sus tres hijas eran las mocitas más envidiadas de todo el vecindario, y no les faltaría galán que no quisiera llevarlas ante el altar.
El padre solía pastar con sus ovejas en la dehesa de Valdesapos, y para llegar allí era necesario cruzar el río por unas “pasaeras” que los vecinos habían hecho con grandes piedras. Pero un día que el río venía crecido y sus aguas cubrían dichas piedras, las tres hermanas no osaron cruzarlo por temor a tener que mojarse sus bonitos vestidos. Deambulando orilla arriba y orilla abajo, a la espera de encontrar alguna solución, se encontraron con un viejecito, que sentado sobre un tronco, contemplaba ensimismado la fuerza de la corriente del agua.
El anciano, viendo acercarse a las tres muchachas, les preguntó qué era aquello que tan nerviosas las ponía, y ellas le contaron su preocupación por no atreverse a cruzar el río para poder llevarle la comida a su padre, que ya las estaría esperando. Ante este dilema, el hombre, que era viudo y con un hijo soltero, les propuso construirles un medio para poder cruzar el río, ahora y siempre, para que no tuvieran que mojarse nunca más sus bellos piececitos, y en el tiempo que tardara el sol en colocarse en lo más alto del firmamento, a cambio de que alguna de ellas contrajera matrimonio con su zagal. Las hermanas pensaron que aquel viejo estaba loco, pues era imposible construir un puente, que ni veinte hombres en varios meses podrían levantar, y hacerlo en tan corto espacio de tiempo, pues el astro rey iba ya camino de alcanzar esa posición.
Tomándose el acuerdo a chufla acordaron con él en aceptar el trato si no se rebasaba dicho espacio, pero el viejo no había mencionado nada de un puente, sino que acercándose a unos matorrales fue sacando troncos de madera, que con mano maestra unió entre sí con cuerdas, hasta construir una balsa, fuerte y segura, a la que invitó a las muchachas a subir. Con un largo palo, que iba hundiendo en el fondo del río, el anciano hizo avanzar la balsa de una orilla a la otra, y las tres hermanas lograron cruzar el río sin mojarse la suela de sus zapatos. Ya contaban con el medio prometido que les permitiría cruzar el río, incluso los días en los que su corriente fuese más fuerte y caudalosa, y ahora les tocaba decidir a ellas, cual de las tres se casaría con el hijo de aquel viejo.
Ni siquiera se les había pasado por la cabeza a ninguna de ellas, que el anciano pudiera cumplir su palabra, y por ello le habían dado tan alegremente el sí a aquel acuerdo, pero ahora, viendo que la otra parte había cumplido y que exigía que ellas hicieran lo mismo, un temor a tener que casarse con alguien a quien no querían, y que por no tener, no tenía ni hacienda, las llevó a salir corriendo hacia su casa en busca de la protección materna.
Hasta allí las siguió el viejo exigiendo su deuda, una deuda que no estaban dispuestas a pagar, y por ello, también escaparon de su casa dirigiéndose al monte, con la esperanza de que el viejo se cansara de perseguirlas. Pero éste no desistía y tras ellas fue por el camino del Puerto, por lo cual, las hermanas abandonaron el camino y se introdujeron entre la maleza del cerro de la Peña del Cuervo. Agotado por la persecución, el anciano no pudo ya seguirlas y levantando su bastón hacia el cielo las maldijo por no haber cumplido su palabra. En ese mismo instante, y mientras ellas subían el cerro hacia arriba un potente y sonoro rayo cayó sobre sus cabezas y las convirtió en tres peñones de piedra. Así, podrían seguir siendo vistas por todo el mundo y admiradas, desde ahora a la eternidad, por todas las generaciones presentes y futuras que habitaran en Guadalmez, contemplando como la vida fecundaba todo el valle, sin que un solo soplo de ella las llegara a rozar.

El hijo de aquel viejo se hizo cargo de la balsa que construyera su padre, y transportando a sus vecinos de una orilla a otra, conoció a una joven que le dio cuatro vástagos y muchos años de felicidad.
fuente Carlos Mora

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