viernes, 21 de febrero de 2014

El hambre como negocio: las multinacionales y la propiedad de la tierra

Están acabando con la pequeña agricultura rural que producía alimentos sanos y sostenibles para los consumidores cercanos. Atributtion: Antonio MontunoLas grandes multinacionales de la distribución agroalimentaria, amparadas en la impunidad de los mercados y reforzadas por el neoliberalismo están acabando con la pequeña agricultura rural que producía alimentos sanos y sostenibles para los consumidores cercanos.

Inicialmente, muchos pequeños agricultores lograron sobrevivir e incluso progresar con este nuevo modelo, pero con la expansión de las políticas neoliberales la agricultura tradicional ha entrado en una clara recesión. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la agricultura ocupaba al 52% de la población económicamente activa a nivel mundial entre los años 1979 y 1981, porcentaje que disminuyó hasta el 38% en 2012. Igualmente, la población rural mundial que en 1979-81 sumaba el 61% del total cayó en 2012 hasta el 47%. Por el contrario, en ese mismo periodo de tiempo, las exportaciones y las importaciones agrícolas se multiplicaron por cinco, lo que viene a indicar que el modelo agrícola exportador e intensivo está expulsando del campoa los pequeños agricultores. Y es que el principal problema que enfrenta la agricultura agroexportadora, entendida como una mercancía más dentro del supermercado global, es que las diferentes fases de la cadena agroalimentaria (semillas, insumos, intermediación, distribución, transformación, venta, etc.) se concentran cada vez en menos manos, y esta situación de oligopolio da fuerza a estas “manos” para determinarlas condiciones que les son favorables.Históricamente, los pequeños agricultores se han dedicado a cultivar alimentos destinados al consumo propio y a los mercados locales practicando un tipo de agricultura respetuosa con el medio ambiente y cimentada en unos conocimientos agronómicos que se han transmitido de generación en generación. Progresivamente, el campesino o pequeño agricultor se ha ido abriendo al mercado. El objetivo ya no era cultivar para comer, sino hacerlo para vender la cosecha y poder comprar la comida y otras necesidades. La denominada “Revolución Verde”, acaecida a mediados del siglo XX, favoreció este proceso ya que, gracias a la mecanización del campo y a la utilización de semillas mejoradas y productos químicos, consiguió aumentar la productividad. El otrora agricultor libre se hizo dependiente de los “paquetes tecnológicos” y de las exigencias de los mercados.
El 70% del comercio mundial de semillas era manejado en 2011 por 10 grandes multinacionales
Según la Rural Advancement Foundation International, el 70% del comercio mundial de semillas era manejado en 2011 por 10 grandes multinacionales (Monsanto, Dupont-Pioneer, Syngenta, Groupre Limagrain, KWS-AG, Land O’Lakes, Sakata, Bayer Crop Science, Taikii, DLF-Trifolium).Entre ellas, Monsanto, la multinacional de Biotecnología Química y Agrícola con sede en Creve Coeur (Missouri), es la más poderosa de todas en términos políticos, económicos y financieros. Es la más famosa por sus semillas transgénicas y herbicidas como Roundup (RR), a base de glifosato, para eliminación de “malas hierbas”. Actualmente, esta corporación, que comenzó como una pequeña compañía química en 1901, se ha convertido en el gigante biotecnológico del Siglo XXI,con unos beneficios declarados en 2012 de 13.500 millones de $. Está operando en 68 países,y sembrando sus semillas GMO en más de 114 millones de hectáreas, de ellas 61 millones en los Estados Unidos. En este país controla el 40% de las tierras cultivables.
Un proceso para apoderarse de la producción y distribución
Comparando con el pasado siglo, nos estamos enfrentando a un proceso en él que multinacionales comoMonsanto aspiran a apoderarse de la producción y distribución de alimentos en el mundo entero, usando para ello tecnologíascomo GMO. Según un estudio reciente de la Food and Wáter Watch, el 93% de la producción de soja en el mercado norteamericano y el 80% de maíz contienen GMO fabricados por Monsanto, que tiene más de 1.676 patentes de semillas. Actualmente, esta multinacional controla más del 90% del mercado mundial de semillas transgénicas, lo que constituye un monopolio industrial sin precedentes, y un 60% del mercado global de semillas comerciales.
El éxito de Monsanto no se debe solo a su tecnología para crear productos rentables, sino a sus conexiones políticas, mediáticas y a su persistente trabajo de “despacho”. Según el Center for Responsive PoliticsMonsantoha gastado, desde 1990, más de 4.000 millones de dólares en campañas electorales de los políticos quedefendían sus intereses. La mayoría de sus ejecutivos, según publica Global Research, son excongresistas y altos exfuncionarios de diferentes departamentos del gobierno Federal estadounidense. Tiene también el apoyo incondicional de los medios de comunicación, que día a día tratan de convencer a la opinión pública sobre las ventajas de usarsemillas que contengan GMO. Y, para dar cobertura a los periodistas a sueldo, utiliza estudios favorables de seis universidades estadounidenses, naturalmente subvencionadas por ella: Arizona State University, St. Louis University, University of Missouri, Cornell University, Washington University in St. Louis y South Dakota State University.
Actualmente, los científicos controlados por Monsanto y otras multinacionales del sector defienden el uso semillas alteradas genéticamente para resistir el estrés ambiental. Según la campaña publicitaria de estos gigantes bioquímicos, “solo la tecnología GMO es capaz de neutralizar los efectos del calentamiento global y el hambre en un futuro no lejano”. En realidad, es una estrategia para aumentar su poder sobre la alimentación, controlar los precios, terminar con la investigación independiente y acabar con la tradición milenaria de los agricultores de intercambiar las semillas.Su laboratorio es África, donde Monsanto y BASF se aliaron con laFundación Gates para promover allí la supuesta “Revolución Verde”. Lo curioso es que el multimillonario Bill Gates, que es presentado por la prensa como un generoso filántropo, compró 500.000 acciones deMonsanto,invirtiendo en ello 23 millones de dólares.
Monsanto también tiene presencia en América Latina desde mediados de los 90. Su modelo agroindustrial con el uso de las semillas GMO se impuso en todos los países del Mercosur para la producción de soja, maíz y algodón transgénicos. El 57% de la tierra cultivable en la provincia de Buenos Aires está sembrado con semillasGMO y regado con glifosato. En Paraguay, después del golpe de Estado de 2012 contra el presidente Fernando Lugo, Monsanto y Cargill encontraron otro paraíso para sus semillas transgénicas. Actualmente, están construyendo allí una fábrica de semillas transgénicas que convertirán a Paraguay en el tercer laboratorio deMonsanto tras Argentina y Brasil. En Argentina, según el periodista Federico Larsen, el 97% de la soja producida es transgénica y también es legal el uso de la hormona recombinante bovina BST Posilac, producida porMonsanto, que aumenta la producción lechera un 25%, pero que está prohibida en la mayoría de los países del mundo al existir evidencias científicas de que favorece al desarrollo del cáncer de mama.
El poder de estas multinacionales no conoce límites. En Estados Unidos se aprobó recientemente la Ley de Protección de Monsanto, que la blinda en cualquier juicio relacionado con la producción y venta de semillasGMO, o la Ley Monsanto de México, aprobada en 2005 por la mayoría de los congresistas sin haberla leído, que daba luz verde a su presencia en el país. El mismo camino recorre Ucrania, que cuenta con las tierras más fértiles de Europa. También hay excepciones, como la iniciativa aprobada en Perú por el gobierno de Ollanta Humala, que logró que el congreso aprobara en 2011 una moratoria de 10 años al cultivo y la importación de transgénicos con el “fin de proteger la biodiversidad, la agricultura nacional y la salud pública”.
En Europa, Monsanto decidió retirar las solicitudes para el cultivo de nuevos transgénicos en la Unión Europea ante las protestas y resistencia de varios gobiernos y grupos ecologistas. Sin embargo las plantaciones de cultivos transgénicos siguen en España, Portugal, República Checa y Polonia.
El control del comercio de agroquímicos y semillas
Diez empresas controlan el 89% del comercio de agroquímicos. Bayer, Syngenta, Dow y Monsanto, son las más destacadas
Pero, volvamos al control que imponen estas multinacionales. De acuerdo con la Rural Advancement Foundation International, 10 empresas controlan el 89% del comercio de agroquímicos (Bayer, Syngenta, Dow y Monsanto, son las más destacadas.). De ellas, las seis más poderosas también participan del negocio de las semillas. En 2008, año en el que se produjo la primera de las crisis alimentarias de este siglo, las empresas transformadoras lograron importantes beneficios según la Genetic Resources Action International (GRAIN)“…los beneficios de Nestlé subieron un 59% respecto a 2008, y el beneficio de Unilever creció un 38%”. Durante esos meses también aumentaron los precios de los agroquímicos, por eso muchos agricultores no pudieron adquirirlos y sus plantaciones intensivas sufrieron pérdidas. Monsanto, en cambio, aumentó sus beneficios un 120% respecto a 2007, Bayer un 40%, Syngenta un 19% y Dow un 63%.
Estos eslabones de la cadena alimentaria (agroquímicos y semillas) no son los únicos que han logrado aumentar sus beneficios. Otro muy importante que ha provocado la ruina de millones de agricultores es la intermediación, es decir, el eslabón que acerca los alimentos del campo al supermercado. La situación en este caso es similar a los anteriores. Unas pocas empresas, tanto a nivel nacional como internacional, están situadas entre millones de agricultores que producen alimentos y millones de consumidores que los adquieren. Algunas de ellas los transforman, y según la Rural Advancement Foundation International, el 26% del mercado mundial de comestibles empaquetados es controlado por 10 transnacionales (Nestlé, Pepsico, Kraft, Coca-cola, Unilever, Danone, son las más destacadas). En frutas y verduras sin transformar, la intermediación es entre los mayoristas y minoristas, y en otros casos es la distribución moderna (supermercados) quien adquiere directamente los productos del agricultor o del mayorista.
En cualquiera de los tres casos mencionados, la tónica general es que la intermediación, la transformación o la distribución moderna, haciendo gala de su posición dominante en la cadena alimentaria, imponen unos precios de compra irrisorios al agricultor y se los incrementa al consumidor logrando una plusvalía en algunos casos insultante.
La especulación llega a los alimentos
En los últimos años, la desregulación en los mercados provocó que las inversiones productivas en la economía real fueran perdiendo peso en favor de las inversiones financieras, que acamparon en diversos mercados para esquilmarlos y luego escapar de las crisis que creaban en busca de nuevos mercados. A la inversión financiera se le achaca, entre otras, la “burbuja de las punto.com” y la “crisis de las subprime”.
En la búsqueda de inversiones seguras el capital financiero aterrizó en los mercados de futuros, donde alimentos y materias primas agrícolas son una parte muy importante del mismo (también se negocia con petróleo, metales, etc.). Como ejemplo podríamos plantear el siguiente caso hipotético: una cooperativa agraria acude a uno de estos mercados y, tras negociar con una empresa de harina, vende 30 toneladas de trigo, a entregar en enero de 2014 y a un precio de 225 $ la tonelada. Para ello se firmaría un “contrato de futuro”, es decir, un título en el que se detalla la transacción. Es importante subrayar que en los mercados de futuros no se negocian mercancías físicas (trigo) sino contratos para vender/comprar mercancías físicas futuras (trigo en enero de 2014).
Estos mercados nunca estuvieron exentos de la especulación y otras prácticas alejadas del comercio real de materias primas, ya que los contratos sobre mercancías futuras dan mucho margen a la variación de precios antes de la fecha de entrega real. Pero como decía, diversas medidas liberalizadoras junto a la crisis en otros mercados, originó que el capital financiero (fondos de cobertura, de pensiones, etc.) invirtiera a gran escala en los mercados de futuros. Los activos financieros en materias primas crecieron desde los 5.000 millones de $ en el año 2000 a 450.000 millones en 2011.
Desde entonces el mundo vive en tensión debido al incremento de los precios de los alimentos que originó una crisis alimentaria en 2008 y otra,aun inacabada, en 2010 que está causando estragos en el Cuerno de África y el Sahel. Desde el principio se intentó esconder el motivo real de las crisis y se argumentó que la causa era el desequilibrio en la oferta y la demanda de alimentos, aunque con el tiempo y ante los hechos la realidad se hizo visible. Y la realidad es que mientras en el África Subsahariana está muriendo gente de hambre, el grupo de inversión Goldman Sachs ganó más de 5.000 millones en 2009 especulando en materias primas, lo que supuso un tercio de sus beneficios netos. Ya vimos en los primeros párrafos de este artículo, los pingues beneficios obtenidos por las multinacionales agroalimentarias.
El control de la tierra
La cadena agroalimentaria es un suculento negocio. Así lo demuestran los balances de ciertas transnacionales y también queda claro tras analizar la creciente presencia del capital financiero en los mercados de materias primas (mercados de futuros). Para los inversionistas el futuro es muy atractivo. Saben que la gente puede dejar de pagar su hipoteca pero siempre tendrá que alimentarse. Además, se ha normalizado, se ha institucionalizado y se ha aceptado sin rechistar el incremento en los precios de los alimentos (y su volatilidad) creado artificialmente por los mercados. Desde organismos como la FAO se anuncia y se asume sin más, que la humanidad enfrentará una época de alimentos caros aunque ello suponga aceptar un status quo en el que millones de personas morirán de hambre.
La intermediación, la transformación o la distribución moderna imponen unos precios de compra irrisorios al agricultor y se los incrementa al consumidor logrando una plusvalía en algunos casos insultante
Si bien todavía no hay escasez, la ecuación entre la oferta y la demanda de alimentos y materias primas agrícolas tenderá a comprimirse si no se toman medidas, porque sigue creciendo exponencialmente la población mundial y, sobre todo, porque el futuro energético de los países ricos dependerá en forma creciente de los biocombustibles, todo ello en un planeta amenazado por un cambio climático que está comprometiendo la capacidad hídrica de muchas naciones, degradando los suelos, alterando la productividad y afectando los rendimientos en diversas zonas típicas de cultivo.La idea esencial es que, en tiempos de crisis económica y recesión, resulta que la agricultura se presenta como un mercado apetitoso y con un prometedor futuro. La demanda está más que asegurada, es más, crecerá vertiginosamente.
La propia FAO ha estimado que la producción mundial de alimentos se deberá duplicar para el año 2050.La oferta, por el contrario, es el gran pastel a repartir y por ello naciones, inversionistas y transnacionales empiezan a mover fichas para garantizarse su porción. Teniendo en cuenta que ciertos eslabones de la cadena alimentaria exportadora ya están acaparados por multinacionales (semillas, intermediación, etc.) y teniendo en cuenta que los mercados de futuros están saturados de inversionistas y especuladores, solo queda un eslabón por conquistar: la tierra.
La Tierra es imprescindible y hasta el momento es un recurso natural que, dependiendo de países, puede ser más o menos accesible para la ciudadanía. El campesino y pequeño agricultor puede eludir las semillas patentadas, los agroquímicos y los canales tradicionales de distribución; mientras que el consumidor puede evitar las grandes superficies comprando alimentos sanos y de temporada directamente al productor. Para que sigan activos estos canales sostenibles y agroecológicos solo hace falta la tierra, que ahora está en el punto de mira del capital. He aquí la gran amenaza para la soberanía alimentaria, especialmente en las naciones y comunidades empobrecidas que suelen autoabastecerse a través del autoconsumo y de los mercados locales. Aquí tenemos la principal batalla y no podemos perderla.

Marcel Félix de San Andrés

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