domingo, 20 de abril de 2014

SUENAN TAMBORES Y NO SON DE GUERRA... ES SEMANA SANTA OBLIGATORIA

La pasada noche, como de costumbre saque a mi perra a pasear y, de pronto, un tumulto encapirotado se cruzó a nuestro paso aporreando los tambores como si no hubiera un mañana.
El pobre animal, creyéndose sin duda presa de alucinaciones, entró en pánico y me arrastró de nuevo hasta mi casa. Si los cánidos piensan (a su manera yo creo que sí), la mía debió creer que aquello era el fin del mundo. No se le puede reprochar. Aún recuerdo, como si fuera ayer, la primera y única vez que mi padre, no se porque extraña razón, tuvo a bien llevarme a una procesión. Yo debía de tener unos cinco años y acabábamos de mudarnos a Puertollano. En mi memoria permanece esa mezcla de olor a incienso y cirios, el ruido atronador de los tambores y el terror que sufrí a causa de tanto fantasmagórico encapuchado. Aquella experiencia fue suficiente para que se desarrollara mi pagana y salvaje resistencia. Los curas se encargaron de asentarla con los años.
Desde una perspectiva agnóstica, como la de mi perro o la de un crío de cinco años, la semana santa española aparece como un espectáculo gore y siniestro en el que se exalta morbosamente el sufrimiento. Dan ganas de correr en otra dirección. Pero si además reflexionas sobre la inoportunidad de que un estado aconfesional permita que un culto tome las calles de sus ciudades alterando la circulación y ensordeciendo al personal día y noche, y que se les proporcione infraestructura logística y un servicio de seguridad, que pagamos entre todos aunque seamos más ateos que Marx, la charada es perfecta.
No hay más que ver a ciertas autoridades, como a nuestros alcaldes y alcaldesas, socialistas dicen ser ellos y ellas, formando parte del folklore en estos cortejos religiosos. ¡Cómo les ponen los crucifijos y los palios! A mí, ya me perdonarán ellos y ellas, pero me traen reminiscencias de otro político infausto que gozaba como nadie de que le llevaran bajo palio. Col alzas, eso si, porque de lo contrario no se le veía.
A quienes criticamos esta esquizofrenia nos achacan falta de sensibilidad religiosa. Nada más lejos de mi intención. Esos cofrades que lloran a lágrima viva cuando dios decide que diluvie al paso de sus carrozas coronadas por idolillos de madera me provocan una ternura incomprensible. Y un mucho de risa, para qué negarlo. Pero, ¿quién soy yo para juzgar las incongruencias de otros? Bastante tengo con las mías. 
Es otra cuestión la que me irrita. ¿Se imaginan las calles cortadas por procesiones musulmanas que desfilaran a cualquier hora tocando trompetas? Y si además estos actos duraran toda una semana y fueran sufragados por las arcas públicas, ¿qué dirían? Pues eso. Y si fueran manifestaciones, ni les cuento  las que montarían los que se flagelan pecho y espalda para purgar los pecados de todo el año.
La realidad es que nadie piensa en la sensibilidad de los laicos, que nos vemos obligados a asistir, si queremos salir de nuestras casas, a esta dramatización morbosa de un hito religioso sustentado en falsedades históricas. Esto son lentejas… en pro de la marca España. Ajo y agua.
Me parece que seguiré el instinto de mi perra y cada semana santa me recluiré en casa, con suerte en la tele pondrán Ágora en lugar de Ben Hur. Otra alternativa es aprovechar el día para coger espárragos y cardillos y disfrutar de una buena tortilla mientras ellos procesionan.
Plumaroja

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