lunes, 23 de junio de 2014

FELIPE VI, EL REY QUE DESFILÓ POR LAS CALLES VACIAS

Lucía esplendoroso el sol, trinaban los jilgueros, qué bonito fue el desfile: precioso,
maravilloso, extraordinario, elegantísimo a la par que discreto, perfecto y eficiente. Qué lustroso el Rolls Royce, qué bellísimas las damas, qué en su sitio los caballeros, los magistrados, las ministras, los senadores, las diputadas, los presidentes, los vicepresidentes, los tesoreros, los barones, los arzobispos, los ujieres, los coraceros, los alabarderos, los caballos, los tricornios, airones y penachos, mientras en el suyo los tiradores de élite, la guardia civil de paisano, la guardia civil de helicóptero, la policía secreta, la policía política, la policía nacional, la guardia real, los GEOS, la Armada, las fuerzas de choque antiguerrilla urbana, las milicias municipales y autonómicas, los pilotos de combate, los guardias de asalto, la excelentísima señora Cifuentes y el excelentísimo señor ministro de los principios fundamentales de Interior velaban cual ángeles de Dios para que la Paz de las Españas no se viese alterada por los demagogos populistas bolivarianos de siempre y otras hordas bolcheviques hijas del marxismo desintegrador, la envidia del pobre y las nefandas y desastrosas experiencias republicanas. 
Cientos de miles de flámulas, grímpolas, pendones y gallardetes con los colores de la enseña rojigualda ondeaban al viento, al aire, al sol luciente y a los trinos de los jilgueros gracias a los desvelos de la excelentísima señora Botella, inflamando de perfumes patrióticos a los taxistas, a los parados y paradas, estudiantes, profesores, peluqueros, becarios, bodegueros, hosteleros y viticultores, aprovechando estos últimos para aplaudir cariñosamente a la excelentísima señora Mato, ministra sanitaria, y colmarla de ramos de uvas por su nueva ley anti alcohol.  Hasta una ikurriña advirtieron mis asombrados ojos, no iban a ser menos los recios y laboriosos vascongados a la hora de desplazarse a Madrid para aclamar a la Jefatura. 
Millones de personas llegadas desde todos los rincones del Reino aplaudieron enardecidas hasta hacerse sangre en las manos al paso de la regia comitiva: qué monas las infantinas, que asombroso parecido con las niñas fantasma de El Resplandor, qué belleza de sílfide la de la nueva reina, siempre en su natural, en su sin par simpatía, en su refinada sencillez; qué altura, qué prestancia, que gallardía la del apuesto y joven rey que guía ya nuestro destino con mano firme. De timonel, naturalmente. España respira. Se acabaron los problemas. Adiós a la corrupción, al paro, a los desahucios, al mamoneo. Porque, estoy seguro, Felipe VI el Hermoso II conseguirá que el partido que felizmente dejó olvidado el infecto socialismo en el baúl de las mandangas ideológicas se aúne con el Partido Popular de España y juntos formen uno único e indivisible y planten cara, con ayuda de todos los mencionados arriba, a la desmembración de la Patria y a la izquierda creciente. 
Por lo demás, espero que la CEOE se ponga de acuerdo con PRISA, ABC, los ministerios de Educación y Cultura y los caballeros periodistas Inda y Marhuenda y me concedan el Premio Nacional al Columnista Pelotero y unos sobres rellenos de parné. Porque esto no es una columna cualquiera, mirusté, esto es todo un Partenón de afección al Régimen. Por cierto, pero qué bien y qué guapos y qué de todo, no tengo palabras, salieron en la foto los excelentísimos González, Aznar y Zapatero prodigioso. Allí, juntitos, como buenos compañeros, como devotos monárquicos sin fisuras. Qué agradecido les estoy. Por todo lo que han hecho y trabajado por España y lo inmejorablemente bien que estamos. Y qué pena que se le metieran una chilena doblada al excelentísimo señor Marqués Del Bosque y consejero de Iberdrola. Pero todo no puede ser. En fin, luce esplendoroso el sol, trinan los jilgueros y fulgura de nuevo una vigilante lucecita en el Pardo, digo, en el Palacio Real. Una esperanzadora lucecita, qué ilusión, qué ensueño…

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