sábado, 25 de octubre de 2014

CARTA A UN (MAL LLAMADO) LIDER

Vengo observándote desde hace tiempo. Analizando tus gestos, tus palabras, las ideas que intuyo tienes y escondes. Al principio, cuando escuché tu nombre por primera vez reconozco que te miraba con cierta sospecha. Lo siento, pero es lo que conlleva que me hayan engañado tantas veces.
No te presté mucha atención pero tampoco te perdí de vista.
Poco a poco tu nombre sonaba con más fuerza. Comencé a seguir tus pasos, a leerte, a escucharte. Me caíste bien. Pero me resistía a creer en ti. Traté de separar lo que se decía de ti de lo que a mí me parecías. Nunca me gustó seguir a nadie a pies juntillas. Nunca me he creído lo que me cuentan de la gente, ni para bien ni para mal. Y mucho menos de un político que tiene tantos detractores como súbditos y en ambos casos, suelen carecer de un argumento ponderado.
La cuestión es que la situación era límite, sí. Necesitábamos alguien que trasladase los mensajes. Necesitábamos una figura rotunda, sin miedo a dar la cara aunque se la fueran a partir. Había que darse prisa y en ese momento lo vimos claro. Tenías que ser tú. Estabas en el lugar y en el momento indicado. Tu aceptación supuso, sin duda, una alegría y nos faltó tiempo para comenzar.
Pusimos lo mejor de nosotros. Cada cual pensó en quién podría ayudar para hacer aquello que era necesario. Sin medios, pero con toda la ilusión y las ganas. La primera vez en nuestras vidas que podríamos ser parte de algo realmente ilusionante, de un proyecto en marcha. Tú parecías tener ciertas cosas claras, muy claras. No te amilanabas, dabas pasos firmes y nos sorprendías con tu elocuencia. La alegría aumentaba. Cada vez más gente se sumaba al proyecto y entre todos, conseguimos verte allí. Mirarte era una manera de ver un proyecto vivo y posible. Había que echar el resto, había que aguantar hasta el final. No importaban los esfuerzos porque, en el fondo, siempre pensábamos que si dábamos un poco más, podríamos alcanzar los objetivos. Ver a cada compañero trabajando era el motor y la energía para no tirar la toalla.
Zancadillas, trampas, dificultades inesperadas. Kilómetros, documentos, consejos y reuniones a horas intempestivas. Adeudo en horas de dormir. Días enteros sin comer. Frenético. Pero funcionaba y eso alimentaba más que el pan.
Cada titular, cada canutazo era comentado por todos, perfilado, estudiado y celebrado. “¿Y si ganamos? ¿Te imaginas qué genial sería verle ahí, al frente?”
Poco a poco fueron viendo en ti gestos que no entendían. La verdad es que no los querían comprender. Siempre encontrábamos alguna razón para justificarte. De hecho, a veces, a pesar de evidentes desplantes, éramos capaces de creer cualquier excusa, por burda que fuese. Llegamos incluso a pensar que era imposible que dijeras algo con lo que no pudiéramos estar de acuerdo. Un halo parecía rodearte y sabíamos cómo terminarías cada frase.
Fue un éxito. Mucho mayor del esperado. Lógicamente siempre puede ser mejor. Pero sin lugar a dudas, alcanzamos los objetivos con creces. Qué bonito es sentirse triunfador en un equipo.
Sin embargo, como en el cuento de Cenicienta, el reloj tocó sus doce campanadas. Y el carro nos dejó en medio del camino. Había que tomar decisiones y, de algún modo, las circunstancias iban empujando. Se había creado a tu alrededor un grupo de aduladores. Nunca los vimos trabajando, sin dormir ni comer. Pero allí estaban, susurrándote al oído lo que tanto te gusta escuchar. Diste de lado a tu equipo, según cuentan. Y poco a poco comenzaste a mostrar una cara mucho menos amable.
Quienes te rodeaban, sin tú darte cuenta, fueron borrando lo mejor de ti. Tus palabras ya no sonaban tan brillantes, ni tan limpias, ni tan frescas. Perdiste el valor de decir las cosas claras. Dicen, incluso, que llegaste a matizar tus posiciones.
Llegado el día fuiste, incluso, capaz de tirar piedras contra tus propias palabras. De todos modos, como siempre fuiste bueno en aquello del orar, continuaste contentando a tus palmeros. Al fin y al cabo decir a todo que sí es una de las posturas más sencillas que se puedan adoptar. El precio a pagar es rodearte de gente de quien no puedes fiarte. Pero algunos ya estaban demasiado lejos para avisarte; y si alguno osó acercarse para advertirte, enseguida lo mandaste lejos. Ahora muchos se preguntan si en realidad alguna vez estuviste de verdad del otro lado o fueron sus ganas de creer en alguien las que te maquillaron en sus mentes.
Resulta extraño que llegado el momento seas capaz de desdecirte, de no defender lo que siempre anunciaste. Les dejaste atónitos cuando en realidad lo que proponías ya no era ni tan innovador ni tan atrevido.
Ahora vienes a deformar la realidad: ya no te parece tan demócrata la democracia; tan justa la justicia ni tan obvia la verdad. Todo depende de si tú estás en la foto, de si tú diriges el barco, de si todo gira en torno a ti. Ahora recuerdan que quizás nunca te salió natural el “nosotros”. En realidad siempre hubo que estirar tus palabras. Pero a estas alturas ya sólo escuchas las palmas, las sirenas en medio del mar. Hemos perdido la oportunidad de que fuera cierto.
Por mucho que disimules no eras lo que decías; no eres ni la mitad. Utilizar a los demás para llegar más alto suele ser peligroso si lo haces jugando con la verdad. Porque sin nadie que te apoye, sin unos hombros firmes sobre los que apoyarse perderás el suelo.
De eso te darás cuenta si es que dejas de volar.
Beatriz Talegón es presidenta de Foro Ético
@BeatrizTalegon

1 comentario:

  1. Como buena socialista su escrito esta escrito como suelen hacerlo los socialistas contemporáneos de este país , lo digo pero no lo digo , hablo mucho pero digo poco , seria una muestra de consideracion y respeto a sus lectores que dijera con CLARIDAD a quien se refiere con toda esa demostración de sabiduría y talante político , piense que desgraciadamente no todos los ciudadanos que puedan leer esto no son tan " sagaces " como usted ,¿ no preside usted el Foro Ético ? , pues eso

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