lunes, 16 de enero de 2017

VIOLENCIA MACHISTA EN RUSIA: "La noche de las bestias"

Cartel de la película The Purge. La Noche de las Bestias
Que no, que no se ha vuelto loca. Lo que pasa es que Yelena Mizulina, senadora ultraconservadora, es una cinéfila empedernida y la inspiración para sus políticas públicas la busca, y al parecer la encuentra, en el séptimo arte.
Con el último proyecto de ley para despenalizar la violencia doméstica, que Mizulina ha presentado a la Duma de Rusia, ha demostrado ser toda una fan de The Purge (La purga: la noche de las bestias), película dirigida en 2013 por James DeMonaco: en una futura sociedad distópica, ante la violencia campante y las cárceles saturadas, el régimen político ha implantado la purga que permite, una noche al año, cometer cualquier clase de crimen, incluso el homicidio, sin tener que responder ante la justicia. Teóricamente se trata de una medida catártica (durante doce horas los individuos liberan sus instintos asesinos y el resto del año impera la calma), pero en realidad se utiliza como un método de control poblacional con el que las personas más pobres y sin hogar son eliminadas (los barrios de clase alta y los distritos financieros están a salvo de los alborotos violentos).
Como la señora es lista, probablemente se guarda un as en la manga para que a ella esta medida no le afecte, ya que sabe de sobra que la purga tiene dos reglas: la primera es que las armas por encima de clase 4 (materiales explosivos y armas de destrucción masiva) están prohibidas, no sea que vayamos a cargarnos el chiringuito, y la segunda que los funcionarios del gobierno de rango 10 o superior (entre los que, gracias a su flamante condición de senadora, se encontraría nuestra Yelena) tienen inmunidad. 
Dado que quien no siga las normas de la purga será ejecutado, a ver quién es el guapo o guapa que, por más ganas que tenga de hacerlo, le suelta el tortazo anual a Mizulina. Y por falta de candidatos no será, porque después del arsenal de leyes controvertidas que Yelena ha promovido, encabezadas por la que prohíbe la distribución de "propaganda de relaciones sexuales no tradicionales", son muchos los ciudadanos a quienes les sobran los motivos para soñar con propinársela.
Mizulina considera absurdo que los ataques que ocurren en la intimidad del hogar sigan siendo un delito penal y mantiene que es injusto que un miembro de la familia reciba dos años de prisión por lo que ella, ignorando deliberadamente la amplitud de formas que adopta la violencia machista (por ejemplo, una sola patada puede romper una costilla o, con el calzado adecuado y un golpe certero, reventar el bazo y provocar una hemorragia interna que acabe con la vida de cualquier mujer), reduce a "una bofetada".
De seguir así, Rusia lleva camino de convertirse en el principal destino turístico de maltratadores de todo tipo y condición. Un paraíso en el que los violentos, nada más bajar del avión, podrán soltar un bofetón a sus esposas y/o hijos (la mujer también puede pegar al hombre, por supuesto, pero es algo que raramente ocurre ni ocurrirá porque la naturaleza y la fuerza física siempre juegan en contra de las féminas y no digamos ya de los niños) con la tranquilidad que da el saber que el máximo castigo al que se enfrentan son 120 horas de trabajo social, 15 días de arresto o una multa de 500 euros.
Como solo se aplicaría prisión si la agresión se comete más de una vez en el mismo año, ya me estoy imaginando la contundencia de ese primer golpe que garantice a quien lo da la satisfacción necesaria para evitar la tentación de repetirlo antes de que transcurran los trescientos sesenta y cinco días reglamentarios que permiten volver a hacerlo con total impunidad.
Mizulina defiende que la prisión por la agresión de un hombre a su mujer durante una discusión "va contra la familia". 
Quién sabe, si realmente existe la justicia, sea divina o humana, puede que algún día tenga ocasión de experimentar en sus propias carnes las penosas consecuencias de los argumentos que defiende.

Teresa Suárez

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