miércoles, 3 de mayo de 2017

3 DE MAYO: JORNADA MUNDIAL DE LA LIBERTAD DE PRENSA

“Lo que no se cuenta, no existe”
Cartel Día Mundial de la libertad de prensa 2017
La libertad de prensa, uno de los derechos fundamentales lo mismo que la libertad de expresión, ambas pilares de la democracia, “crean las condiciones necesarias para la protección y promoción de todos los demás derechos de la persona. Pero su ejercicio no hay que darlo por descontado; para que puedan existir las libertades de prensa y expresión se requiere un ambiente seguro, propicio al diálogo, en el que todos se puedan expresar abiertamente sin temor a represalias” (del mensaje común del Secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, y la Directora General de la Unesco, Irina Bokova, con motivo de la celebración del Día Mundial de la Libertad de Prensa, el 3 de mayo de 2013).
El filósofo francés Voltaire se refirió a la libertad de prensa como “la base de todas las demás libertades”. Indispensable para el ejercicio democrático, lo es también para garantizar el derecho a la información, tal y como se establece en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. El Artículo 19 de dicha Declaración, al que los periodistas nos sentimos especialmente vinculados, establece que: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Sin embargo, el mapa del mundo establecido por las asociaciones que defienden la libertad de prensa (http://periodistas-es.com/la-libertad-de-prensa-el-3-de-mayo-de-2013-4412) nos demuestra que esa no es la regla y que vivimos en un mundo donde se sigue asesinando a periodistas que no hacen otra cosa que cumplir con su trabajo, y donde existen regímenes políticos que bloquean totalmente la información, proceda de donde proceda.
Según datos de Reporteros sin Fronteras, en este momento hay casi 300 periodistas y blogueros encarcelados en todo el mundo, algunos condenados a “cadena perpetua” por intentar cumplir con su trabajo de informar. La mayoría están encerrados en cárceles de países dictatoriales o autoritarios como China, Irán, Eritrea o Vietnam, pero hay otros, como Turquía, que se ha convertido en la mayor cárcel del mundo para periodistas, con cerca de 100 encarcelados actualmente. Muchos de ellos no han tenido acusaciones formales ni juicios previos, pero llevan más de 10 años en prisión. Están sometidos a durísimas condiciones de vida, no les dejan ver a sus familias ni tener contacto alguno con el exterior. En algunos casos, viven largos periodos en celdas de aislamiento o son torturados.
Para Amnistía Internacional, en cambio, Siria es actualmente el país más peligroso del mundo para el periodismo. Tanto las fuerzas gubernamentales como los grupos armados de oposición han cometido crímenes de guerra, incluidas ejecuciones sumarias, desapariciones forzadas, tortura o secuestros. Intentan silenciar a los periodistas para impedir que se conozca cómo mueren decenas de miles de personas desde que comenzaron las protestas en marzo de 2011; o que más de 1,3 millones de refugiados han tenido que abandonar sus hogares para salvar la vida.
Como cada 3 de mayo, el de hoy es una ocasión para celebrar los principios fundamentales de la libertad de prensa, evaluar el grado de libertad que disfruta la prensa en los diferentes rincones del planeta, defender a los medios de comunicación víctimas de ataques contra su independencia, y recordar a los periodistas muertos, torturados, detenidos y encarcelados por cumplir con su deber. Y, como ya viene siendo norma desde hace algunos años, asumir el hecho de que esta libertad debe extenderse también a los medios digitales, y a sus trabajadores. Para la Unesco, en esta Jornada Internacional no solo hay que recordar especialmente la inseguridad de muchos periodistas en zonas conflictivas y hacer todos los esfuerzos posibles para combatir la impunidad de los delitos cometidos contra la libertad de prensa, sino que también hay que exigir en todos los países un Internet libre y abierto, como condición previa para la seguridad digital.
Conviene recordar una vez más, que la libertad de prensa no es solamente el derecho de los periodistas a contar todo lo que no quieren que se sepa los (casi todos) gobiernos, ejércitos, iglesias, grandes empresas multinacionales, poderes económicos y financieros, redes de narcotraficantes y crimen organizado, y cualquier otro tipo de poder que pueda existir, o que se pueda imaginar, sino sobre todo, y fundamentalmente, el derecho de todos los ciudadanos a recibir y conocer esa información. Y que, por eso, es tarea de todos –y no solo de los periodistas- defenderla.
La libertad de expresión no tiene límites
“No estoy de acuerdo con lo que dice pero daría mi vida para que pudiera seguir diciéndolo” (frase atribuida a Voltaire por una de sus biógrafas, aunque parece ser que nunca la pronunció. Eppure, se non è vero è ben trovato)
El derecho a decir todo, a escribir todo, a pensar todo, a ver y escuchar todo, se deriva de una exigencia previa: no existe ni derecho ni libertad de matar, de atormentar, de maltratar, de acosar, de oprimir, de obligar, de matar de hambre ni de explotar, escribe el filósofo situacionista belga Raoul Vaneigem en “Rien n’est sacré, tout peut se dire. Réflexions sur la liberté d’expression” (Nada es sagrado, todo se puede decir. Reflexiones sobre la libertad de expresión), publicado en La Découverte en septiembre de 2003.
En artículos, tertulias y debates más o menos periodísticos, se menciona estos días con demasiada y peligrosa frecuencia una frase: “La libertad de expresión tiene sus límites”. La repiten incansables políticos de distinto trapío, aunque justo es reconocer que mayoritariamente inclinados a la derecha, en un intento de defensa de sus indefendibles colegas que han caído en la corrupción, la malversación, la estafa o el blanqueo de capitales, obligados a comparecer ante la justicia para responder de esos supuestos delitos. Decirlo, comentarlo, publicarlo, e incluso echarles en cara –hemeroteca o videoteca en mano- sus desmanes, representa para esos “defensores” sobrepasar los límites de la libertad de expresión. Y en pos de ese mimetismo con que en estos tiempos se ejerce el noble oficio del periodismo, tan degradado últimamente, después son los propios presentadores, comentaristas, tertulianos, etc., quienes hacen suyo el axioma y expanden por los cuatro vientos que “La libertad de expresión tiene límites”.
Pero ocurre que no. La libertad de expresión no conoce límites desde que fuera definida por primera vez en el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de la ONU en París, el 10 de diciembre de 1948: “Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, lo que implica el derecho a no ser perseguido por sus opiniones, así como el de buscar, recibir y difundir, sin consideración de fronteras, informaciones e ideas por cualquier medio de expresión”. El enunciado del artículo es meridiano: derecho a la libertad de expresión y a difundir informaciones por cualquier medio y sin ninguna limitación.
Como no podía ser de otra forma en una Constitución democrática que ampara un Estado de derecho, el contenido del artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos encuentra su réplica gemela en el Artículo 20 de la Constitución española, que dice textualmente:
“Se reconocen y protegen los derechos:
  1. a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.
  2. b) A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica.
  3. c) A la libertad de cátedra.
  4. d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades”.
En un apartado tercero de las adendas, la Constitución española introduce el concepto de “límite” a las libertades anteriormente mencionadas, fijándolo “especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia”, es decir, en algunos de los delitos detallados en nuestro Código penal.
Entiendo que la misma objeción puede extenderse al resto de los actos criminales fijados en el Código, como la difamación, el insulto, el ataque, el acoso o la tortura, física o psicológica, entre otros. Pero es que, tanto en este ejemplo como en la definición anterior fijada por la Carta Magna, se trata de delitos que nada tienen que ver con la libertad de expresión, sino con la conducta social, por lo que su denuncia debe hacerse en los tribunales para que sea la justicia quien dictamine si se ha incurrido o no en falta.
Ninguna opinión periodística, broma, ironía, caricatura o denuncia, debe ser nunca adjetivada diciendo que ha rebasado los límites de la libertad de expresión. Lo único que puede, en todo caso, aducirse, en que ha incurrido en un posible delito de infamia o falsedad, ataque a la intimidad o al honor, acoso o tortura, etc. Y, en ese caso, la solución no está en las tertulias ni en los editoriales periodísticos, sino en las salas de los tribunales.
La caída de las democracias y la llegada de los ‘hombres fuertes’
Tuiteros bromean con un titular de El País
La Clasificación Mundial que publica este año Reporteros sin Fronteras muestra que la situación de la libertad de prensa podría dar un gran giro, sobre todo en los países democráticos. Parece que ya nada detendrá la caída que desde hace varios años experimentan las democracias. La obsesión por la vigilancia y el hecho de que no se respete el secreto de las fuentes periodísticas contribuyen a que numerosos países que antes tenían una buena calificación, desciendan en la tabla, como es el caso de Estados Unidos (puesto 43, -2), Reino Unido (40, -2), Chile (33, -2) o Nueva Zelanda (13, -8).
La llegada de Donald Trump al poder en Estados Unidos y la campaña del Brexit en el Reino Unido han sido como una caja de resonancia para el media bashing (ataques a la prensa) y los muy tóxicos discursos contra los medios de comunicación, han hecho que el mundo entre en la era de la “posverdad”, la desinformación, la versión alternativa y las noticias falsas.
De forma paralela, en todos los lugares donde ha triunfado el paradigma de hombre fuerte y autoritario retrocede la libertad de prensa. La Polonia (puesto 54) de Jaroslaw Kaczynski pierde siete posiciones en la Clasificación de 2017. Tras haber transformado al sector audiovisual público en herramienta de propaganda, el gobierno polaco se propuso asfixiar económicamente a diversas publicaciones independientes que se oponían a sus reformas. La Hungría de Víktor Orbán baja cuatro puestos (71); la Tanzania de John Magufuli, 12 (83). Turquía (155, -4), tras el fallido golpe de Estado contra Recep Tayyip Erdogan, ha dado definitivamente un vuelco: ahora se ubica al lado de los regímenes autoritarios y es la mayor prisión del mundo para los profesionales de los medios de comunicación. Mientras tanto, la Rusia de Vladimir Putin permanece anclada en la parte inferior de la Clasificación, donde ocupa el lugar 148.
“El gran giro que experimentan las democracias produce vértigo en todos aquellos que piensan que sin una libertad de prensa sólida, no pueden garantizarse las otras libertades”, señala Christophe Deloire, secretario general de Reporteros Sin Fronteras. “¿A dónde nos llevará esta espiral infernal?”, se pregunta.
Noruega, primer país de la Clasificación 2017; Corea del Norte, el último
En el nuevo mundo que se perfila, donde prevalece la tendencia a la baja, incluso quienes siempre fueron ‘buenos alumnos’, los países nórdicos, han tenido tropiezos: Finlandia (3, -2), que llevaba seis años consecutivos a la cabeza de la Clasificación, pierde el primer puesto a causa de las presiones políticas que sufrieron los periodistas y a los conflictos de interés registrados. Su lugar lo ocupa ahora Noruega (1 puesto de la tabla, +2), que no forma parte de la Unión Europea. Un duro golpe para el modelo europeo.
En segundo lugar se encuentra Suecia, que asciende seis posiciones. Aunque los periodistas siguen sufriendo amenazas, las autoridades han enviado señales muy claras condenando a los autores de dichas agresiones en varias ocasiones durante 2016. La colaboración entre algunos medios de comunicación, sindicatos de periodistas y la policía es un avance en la lucha contra dichas amenazas.
Al otro extremo de la Clasificación se encuentra Eritrea (179) –país que autorizó a los medios de comunicación extranjeros a entrar en su territorio por primera vez en 2007 y bajo extrema vigilancia–, que dejó de ocupar el último lugar en la Clasificación para dar paso a Corea del Norte. El régimen norcoreano sigue manteniendo a la población en la ignorancia y el terror. Por el simple hecho de escuchar una radio localizada en el extranjero, un ciudadano puede ser enviado a un campo de concentración. Entre los últimos de la lista también se encuentran Turkmenistán (178), una de las dictaduras más herméticas del mundo, en la que la represión de los periodistas no deja de intensificarse, y Siria (177), sumergido en una guerra interminable, y que sigue siendo el país más mortífero para los periodistas, asediados por un dictador sanguinario y por grupos yihadistas.
La libertad de prensa nunca había estado tan amenazada. En 2016, la situación se agravó en casi dos tercios (el 62,2 %) de los países incluidos en la lista, mientras que el número de Estados en los que la situación de los medios de comunicación se considera “buena” o “más bien buena” disminuye un 2,3 %.
La zona de Oriente Medio y el Magreb, desgarrada por los conflictos armados – y no sólo en Siria, también en Yemen (166) –, sigue siendo la región del mundo donde más difícil y peligroso es para un periodista ejercer su profesión.
A poca distancia se encuentra la zona de Europa del Este y Asia Central. Cerca de dos tercios de los países de esta región están alrededor o por debajo del puesto 150 de la Clasificación. Y no sólo Turquía experimenta un gran descenso. En 2016, el gobierno ruso volvió a tratar de incrementar su control de los medios de comunicación independientes, mientras que los déspotas del espacio postsoviético, desde Tayikistán (149) a Turkmenistán (178), pasando por Azerbaiyán (162), perfeccionaron sus sistemas de control y represión.
La región de Asia y el Pacífico, que ocupa el tercer lugar, es la que bate todos los récords: allí se encuentran algunas de las mayores prisiones del mundo para periodistas y blogueros –China (176) y Vietnam (175)–, o algunos de los países más peligrosos para los periodistas –Pakistán (139), Filipinas (127) y Bangladesh (146)–. En la región también convive un gran número de “Depredadores de la libertad de prensa”, que dirigen las peores dictaduras del planeta –China, Corea del Norte (180) y Laos (170)–, agujeros negros de la información.
Después viene África, donde se ha convertido en costumbre cortar el acceso a Internet durante las elecciones y cuando se registran movimientos sociales.
En América, Cuba (173, -2) es el único país del continente americano que está en la parte coloreada en negro de la Clasificación, esa en la que se sitúan las peores dictaduras y los regímenes autoritarios de Asia y Oriente Medio.
Finalmente, y a pesar de sus malos resultados, Europa sigue siendo la zona geográfica donde los medios de comunicación son más libres. Sin embargo, el índice global de Europa es el que experimentó el mayor deterioro: +3,80 % en un año. Es donde el daño es más impactante si se observa su evolución en los últimos cinco años: +17,5 %. Como comparación, en el mismo periodo, el índice de la zona Asia-Pacífico experimentó una variación de 0,9 %.

Mercedes Arancibia || Periodista

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