miércoles, 20 de diciembre de 2017

¿PARA QUÉ SIRVE UN PANTANO?

Pantano de Entrepeñas y Buendía 
El cambio del régimen de lluvias, cada vez más escasas y torrenciales, y la desmesurada demanda del regadío obligan a repensar el modelo de almacenamiento y transporte de agua en un país con tres cuartas partes del territorio desertizado
¿Cuál es la utilidad de un embalse? Almacenar agua para, principalmente y en orden de prioridad inverso, generar electricidad, abastecer a regadíos, industrias y poblaciones y asegurar los caudales ambientales del río. ¿Y cuando llueve poco? Lo mismo, pero con menos recursos. ¿Y si, pese a las borrascas del Atlántico con ciclogénesis explosiva, continúa sin llover apenas y la demanda sigue creciendo?
La necesidad de ir teniendo planes C ante la sequía parece cada vez más evidente en países como España, donde, según Aemet (Agencia Española de Meteorología), el déficit del último año hidrológico (de 1 de octubre a 30 de septiembre) se acercó a los cien litros por metro cuadrado: cayeron 551 de los 648 que marca la media, lo que supone que en los algo más de 492.000 kilómetros cuadrados del territorio peninsular dejaron de llover más de 48.000 hectómetros cúbicos. Ese volumen vendría a equivaler a la capacidad real de los embalses del país, los cuales, con lodo y zonas muertas, suman, teóricamente, espacio para 56.075 del que poco más de un tercio (36,46%, 20.446 hectómetros) está hoy lleno
Y la situación está empeorando. “Hasta el 1 de diciembre ha llovido un 27% menos de lo habitual en el periodo 1981-2010”, explica Santiago Martín Barajas, de Ecologistas en Acción, que señala cómo en los dos primeros meses de este año hidrológico, octubre y noviembre, el déficit ha sido, respectivamente, de un tercio y la mitad de los registros medios. Y se trata, después de diciembre, de los dos meses normalmente más lluviosos del año. “Es imposible recuperar” los registros y las reservas a corto plazo, anota, mientras llama la atención sobre el continuo aumento de la demanda de agua.
“Tenemos un problema de exceso de consumo en el que el regadío se lleva casi un 85% del agua que se distribuye al año en España, por un 12% de uso urbano y un 3% de industrial”, señala Martín Barajas, mientras resalta un aspecto: “ha mejorado mucho la eficiencia del regadío, pero es que los ahorros se han destinado a nuevas superficies de riego. Hoy hay más de cuatro millones de hectáreas cuando hace dos décadas, en 1998, eran 3,35”. Ante esta situación, apunta, “los embalses ya ni siquiera funcionan como herramientas de almacenamiento, han pasado a ser meras estaciones de transferencia”.
“Es complicado gestionar algo escaso”
Según la Encuesta sobre el Uso del Agua en el Sector Agrario del INE (Instituto Nacional de Estadística), el campo español consume al cabo del año entre 18.600 y 19.600 hectómetros cúbicos de agua, más de una quinta parte de los cuales tienen origen subterráneo y de los que hay que descontar las notables pérdidas en las redes de transporte y las mermas que causa la evaporación. No hay cálculos fiables sobre qué volumen suponen, aunque en las redes municipales, cuyas tuberías suelen discurrir soterradas y tener cada vez más materiales plásticos, rondan el 25%: más de mil hectómetros anuales de algo más de 4.200.
Un tercio de los recursos que llegan al campo, que oscilan entre 14.000 y 15.000 hectómetros, siguen consumiéndose por gravedad, inundando los campos en lugar de utilizar sistemas de riego localizado que permiten un mejor aprovechamiento de los recursos. Ese tipo de prácticas está en claro retroceso, aunque el estudio del INE revela cómo, de manera simultánea, crece el consumo de otros sistemas menos eficientes como la aspersión y el goteo, lo que vendría a avalar la tesis del ecologista.
Según Ecologistas en Acción, “sin restricciones al regadío no se podrá garantizar el abastecimiento de agua a poblaciones en 2018” y “se podría estar poniendo en riesgo el abastecimiento de agua a numerosas poblaciones en los próximos meses”, por lo que la organización ha pedido al Ministerio de Medio Ambiente “que limite sustancialmente el agua destinada al regadío en 2018. “Hay que intervenir ya”, señala Martín Barajas, que advierte que “es complicado gestionar algo escaso” como lleva camino de serlo el agua.
No obstante, la legislación sobre el agua establece un orden de prioridad en el que el “abastecimiento de población, incluyendo en su dotación la necesaria para industrias de poco consumo de agua situadas en los núcleos de población y conectadas a la red municipal”, está por delante de cualquier otro uso. La garantía del equilibrio ecológico de los ecosistemas fluviales es, sobre el papel, previa a cualquier concesión, a las que están condicionadas.
Menos agua donde más llueve
Solo en tres cuencas las reservas superan el 50%, la vasca y las dos cantábricas en el norte y la del Tinto, el Odiel y el Piedras en el sur, mientras por debajo de un tercio se encuentran la norteña del Duero (28,67%), las andaluzas de Guadalquivir (31,4%) y del área mediterránea de esa comunidad (30,92%) y las orientales del Júcar (24,93%) y el Segura (13,5%). Llama la atención que la primera de ellas, integrada en la España húmeda, fuera la de mayor déficit (29%, seguida del 25% del norte y el noroeste) durante el pasado año hidrológico, mientras las dos últimas, que son ahora las más secas, fueron las únicas en las que llovió más de lo normal: un 11% y un 22%, respectivamente.
Las tres coinciden en que sus embalses abastecen a amplias superficies de regadío. Y, también, en comenzar a actuar como testigos de dos de las manifestaciones del calentamiento global cuya combinación resulta más preocupante: la modificación de los regímenes pluviométricos hacia largos periodos de sequedad y descargas puntuales de fuertes precipitaciones, junto con un aumento de las temperaturas (1,4º por encima de la media entre enero y octubre) que dispara la evapotranspiración al mismo tiempo que reduce el volumen de agua que va a parar a los ríos y los acuíferos.
Así, los resúmenes de la Aemet recogen cómo en la Comunitat Valenciana conviven registros negativos del SPI (Índice de Precipitación Estandarizada, en sus siglas en inglés) con registros de más de 350 litros por metro cuadrado entre el 16 y el 22 de diciembre después de otras de 120 entre el 24 y el 28 de noviembre (130 en la capital el día 27), o datos más acusados de falta de precipitaciones en Vigo, donde solo el 12 de febrero cayeron 136 litros. Llueve poco y de manera cada vez menos regular, y eso tiene consecuencias en varios ámbitos.
Lluvia más escasa e irregular
Por un lado, la combinación de sequedad y torrencialidad aumenta los procesos de avance de la aridez, un problema que ya afecta a tres cuartas partes del suelo de la España peninsular y que lleva al Ministerio de Medio Ambiente a alertar de que “la desertificación es ya un problema real o una amenaza para una parte muy importante del territorio español”. Y, por otro, reduce las escorrentías que van a parar a los sistemas fluviales y de aguas subterráneas al mismo tiempo que incrementa los episodios de crecidas, de difícil gestión hidráulica, y de inundaciones.
La combinación de todos esos factores obliga a repensar el modelo de almacenamiento y gestión del agua para optimizar su aprovechamiento. ¿Cómo? Básicamente, todo se reduce a la planificación de cultivos para reducir la demanda y sus puntas, a las mejoras tecnológicas en el transporte y el almacenamiento de agua y a la aplicación de sistemas de riego localizado. Los ensayos de embalses en el llano en lugar de en la montaña en la cuenca del Ebro o la planificación de cultivos para reducir las puntas de demanda, como la siembra de forraje tempranero para liberar recursos para la fruta dulce y el alfalfa que aplican algunas cooperativas de la zona oriental de Aragón, son algunos modelos. En ambos casos, se aplican en áreas en las que la endémica infradotación de recursos para el regadío llevó hace tiempo a plantear la pregunta del millón: ¿Qué podemos hacer para aprovechar tan poca agua?

E. Bayona

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